Cuando salgo a hacer fotos, suelo incluir en mi recorrido un conocido pasaje de mi ciudad, en el que el espacio y el tiempo se dan la mano. Es una galería modernista de finales del siglo XIX, con aire parisino, muy del gusto de la burguesía de la época. Atravesar sus puertas, es algo más que traspasar un umbral. Alejado de su esplendor decimonónico, y recuperado de sus años de abandono y decadencia, conserva en sus paredes, en sus techos o en su decoración, la huella del paso del tiempo que lo impregna todo. Me atrae sobre todo la luz del espacio, una iluminación suave, difusa y desigual, que crea un ambiente teóricamente complicado para la fotografía, pero que me invita a buscar el claroscuro, la penumbra y el contraluz.